Me gustaría quedarme junto a todos mis discípulos, pero tenemos que seguir predicando y por eso permanecemos separados. Aunque, de hecho, la separación no existe cuando estamos ocupados en el servicio a Krishna.

(Carta para Hridayananda Maharaja, 4 de enero de 1976).

Svavasa Dasa (USA): Una vez, acompañé a Prabhupada en una caminata matutina en Detroit, Michigan. Dondequiera que Prabhupada iba, le acompañaban muchos devotos —venían cientos de ellos―. En aquella época, en el año 1975, yo distribuía libros en el aeropuerto de Chicago. Durante la caminata matutina muchos devotos le hicieron preguntas a Prabhupada acerca de las gopis y Krishna. Prabhupada respondió, pero no se extendió en su respuesta. Esto continuó durante media hora, y parecía que Prabhupada no quería comentar mucho sobre el tema. Entonces nos dimos la vuelta y regresamos en dirección a nuestros autos. Yo pensé: «No puede ser que nadie diga nada para complacer a Prabhupada en toda la caminata». Todo el mundo a mi alrededor pensaba lo mismo. Continuamos caminando y vimos el auto esperando a Srila Prabhupada, y yo empecé a ponerme nervioso. Comencé a sudar, y no conseguí decidir qué decirle a Prabhupada para manifestar mi agradecimiento. Estaba asustado, pero en mi afán de decir algo, grité: «¡Prabhupada!». Estaba tan ansioso que no me di cuenta de lo alta que sonó mi voz. Todo el mundo se detuvo, como pensando: «Uau, ¿quién es este loco?». Entonces Prabhupada paró y se dio la vuelta, cuando me miró sentí que toda la sangre de mi cuerpo fue a parar a mis orejas. Sentí como si mis orejas fueran tan grandes como las de un elefante, mi rostro se puso rojo y no conseguí decir nada. Prabhupada se me quedó mirando, y entonces dijo: «¿Sí?». Y yo respondí en voz muy alta: «Prabhupada, estamos distribuyendo muchos de sus libros en el aeropuerto de Chicago. Cada día queremos distribuir cien libros solo para complacerle. Por favor, ayúdenos». Prabhupada me miró y no dijo nada. Yo me quedé mirándole fijamente, como diciendo: «Por favor, diga algo». Entonces Prabhupada sonrió y dijo: «Tan solo vean, este es un discípulo verdadero. Un discípulo verdadero siempre está pensando en cómo complacer al maestro espiritual, y él ha entendido que la manera de complacerme es distribuyendo mis libros. Él es mi discípulo verdadero». Cuando Prabhupada dijo eso, mi corazón empezó a latir fuertemente y me sentí abrumado por el éxtasis. Entonces regresé a Chicago y distribuí cien libros más sólo para satisfacerle. No lo conseguía todos los días, pero algunos fines de semana sí lo lograba.

Manidhara Dasa: Srila Prabhupada dijo que cuando leía los resultados de sankirtana sentía rejuvenecer. Cuando nos enteramos de lo extático que se sentía Srila Prabhupada al escuchar nuestros informes, la distribución de libros se convirtió en el centro de nuestra vida. Yo solo pude ver tres veces a Srila Prabhupada, y por poco tiempo. Donde más había experimentado mi relación con Srila Prabhupada había sido en las calles. Pero la tercera vez que lo vi, cuando vino por última vez a Occidente, tuve una vívida impresión de lo que significaba para él la distribución de sus libros. Una mañana, algunos de los distribuidores estábamos en la habitación de Prabhupada, y Tamal Krishna Maharaja estaba abriendo su correspondencia y enseñándole a Prabhupada las cartas y las fotos del Ratha-yatra. Srila Prabhupada se encontraba en un trance increíble, mucho más lejos de lo que podíamos comprender. En aquella época estaba partiendo de este mundo y exhibía un éxtasis inconcebible. Uno de los sobres contenía una versión de Las enseñanzas del Señor Chaitanya en español, de capa blanda. Prabhupada tomó el libro y sus ojos se agrandaron, y entonces lo puso en su regazo. Estaba tan conmovido al ver este libro que, durante esos segundos, resultó obvio que su éxtasis verdadero estaba en sus libros. Para los distribuidores de libros fue una impresión duradera.

Navina-nirada Dasa: Cuando distribuyo libros y logro que otros también lo hagan, me siento muy cercano a mi maestro espiritual. Por supuesto, cuando aparece la oportunidad de estar cerca suyo, solo un necio o un loco desaprovecharía la oportunidad —escuchar sus clases, reunirse con él o luchar por el maha-maha-prasada―. Pero no se trata de llamar siempre a su puerta y preguntarle cosas insignificantes. Tenemos que intentar servir su misión y cumplir sus deseos. Si intentamos estar cerca del maestro espiritual constantemente, acabaremos molestándole. En cambio, tenemos que escucharle, comprender su misión y llevarla a cabo.

Harinamananda Dasa: Para poder convertirme en un humilde siervo de esta misión y hacer de la distribución de libros mi vida y alma, es muy importante seguir las órdenes de mi maestro espiritual, escucharle, sentirme inspirado por él y llevar a cabo sus órdenes de forma estricta y sin especular. Espero que todos los devotos me bendigan para poder hacerlo.


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