Suelo salir los fines de semana a sankirtana. He optado por ocupar siempre las túnicas (dhoti y kurta). Me he percatado que me permite acercarme a la gente de forma más directa. Me vuelvo menos ambiguo cuando tengo que explicar la filosofía Bhagavata. Cuando visto ordinariamente tiendo a maquillarla y presentarla con un matiz impersonalista: “la meta de la vida es la liberación, controlar la mente, entender que no somos el cuerpo, etcétera.” Pero me quedo titubeando cuando me preguntan cómo. Porque la respuesta no es del todo ecuménica: “Canta Hare Krishna y desarrolla amor por Dios”. Con el uniforme, digamos, adquiero también un poco la mentalidad; como explicaba Prabhupada, el uniforme de soldado te ayuda a desenvolverte como tal.
Me encontraba distribuyendo libros, cuando se me acercó un personaje robusto y alto de casi dos metros, hablando sin groserías pero con voz ruda y alta: “A ver, tú, ¿Qué estás haciendo? ¿De qué religión eres?”
Inmediatamente pensé que era algún tipo de inspector o alguien que me venía a prohibir distribuir libros: “Soy parte del movimiento Hare Krishna, señor. ¿En qué le puedo servir?”
–¿Eres padre o algo así? –me preguntó con su ruda voz y su rudo aspecto.
–Algo así. He sido monje varios años –le respondí.
–Entonces –decretó con un poco de comicidad–, tú puedes casar a una pareja. Se trata de mis amigos. Llevan mucho de novios y no se han casado. Están por acá, sígueme.
–No gracias –le dije–. Además yo no soy sacerdote, y ellos tendrían que seguir principios espirituales.
–Pero les podrías dar una bendición, echar de esa agua bendita y hacer una ceremonia, ¿no?
–Pues… sí –le respondí–. Sí les podría dar una bendición, pero para el caso tú también. Además estoy distribuyendo libros y tengo poco tiempo.
–Ya vente y no seas… –dijo un poco exasperado.
Me sentí forzado y accedí. Ni modo, gajes del oficio.
Fui hasta la pareja de muchachos. Eran artesanos que viajaban por todos lados haciendo artesanía, conociendo y haciendo un poco de dinero para seguir viajando. Siempre un poco sucios, pero de mente normalmente abierta.
–¿Así que son ustedes los que se van a casar? –inquirí. Asintieron divertidos–. Bueno –continué con mi ya inevitable sermón–, lo primero que deben de saber es que el apego es fuente de esclavitud, y el objetivo de la vida es volverse libres –Vi que asentían con su cara inocente y que estaban poniendo atención, así que proseguí–. Por eso el matrimonio se ha hecho para que una pareja colabore entre si, a fin de alcanzar este éxito en la vida, el desapego y finalmente la conciencia de Dios. Así que, aun así, ¿quieren casarse?
Medio asintieron y entonces le pedí al señor rudo que tocara la campanita ceremonial. Sacó unas llaves y comenzó a hacerlas sonar, y les pedí a los novios y a los presentes que repitieran después de mi el maha-mantra Hare Krishna, y por un rato estuvieron cantando. Luego saqué el Bhagavad-gita y les expliqué que todo lo que necesitaban saber para alcanzar la vida espiritual real, ya sea solos o en pareja, estaba en ese libro y que debían comprarlo. La chica se enamoró del libro, y entre dinero y piezas de artesanía me lo compraron.
Todos quedaron felices de aquella boda espontánea en una plaza pública, donde el instrumento para distribuir el mensaje de Bhagavan (el Gita) y Su santo nombre fui yo, aunque al inicio no quisiera perder el tiempo con eso.
Nrisimha Kripa Dasa
Cuerámaro, Méxic
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