En Kensington, Canadá, conocí a una anciana con apariencia cansada. Pensé que era una señora sin hogar, pues iba con un carrito del supermercado cargado con bolsas y un perro enfermo atado a una correa. Sin embargo, cuando vi la forma en la que miraba a Rasa Mandali y Yogendra haciendo kirtana en la calle, decidí acercarme.
Comencé mostrándole el Gita, y ella se emocionó mucho.
“Hacía treinta años que no escuchaba el canto Hare Krishna”, dijo, llorando.
Tomó el libro entre sus manos y lo miró profundamente.
“¿Usted nos conoce?”, le pregunté.
“Sí”, dijo ella. “Cuando tenía dieciséis años iba al templo y me quedaba a la clase y el kirtana. Fui durante mucho tiempo. Solía cantar durante todo el tiempo. Entonces las cosas se pusieron muy difíciles y perdí el contacto con ellos. Estoy muy feliz. Estoy muy feliz”.
Le pregunté si quería quedarse el Gita y ella me dio una donación.
La señora me dijo: “¿Sabes? Aunque me alejé completamente, en el fondo de mi corazón conocía a Krishna. Él era todo. Él era amor, y Él era Dios”.
Se quedó un rato más escuchando el kirtana y luego desapareció.
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Shannon
Canadá
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