Embarqué mi vuelo con la esperanza de recuperar un poco de descanso. Cuando encontré mi asiento, vi que la persona viajando a mi lado era un amputado. Al hablar con él, me enteré de que había perdido sus piernas en una explosión en Irak. Le expliqué que yo también había sido soldado y le enseñé mi credencial. Me preguntó si había visto alguna locura. «Demasiadas, amigo», le respondí.
Él bajó la mirada y, con expresión triste, me contó que bebía alcohol todo el tiempo y se sentía deprimido. A medida que se abría, pude ver que este joven estaba sufriendo intensamente y que necesitaba algo que le ayudar a atravesar esta época tan difícil. Le dije que, si necesitaba ayuda, podía contar conmigo. Él tomó mis manos y me pidió suplicó que le ayudara. Me preguntó qué hacía yo para enfrentar los efectos del combate. Le conté que intentaba refugiarme en el Señor y desarrollar una relación con Él dentro de mi corazón.
«Amigo, este cuerpo es temporal», le dije. «Cuando morimos, el que muere es el cuerpo, no el alma». Él me miraba intensamente. Durante las siguientes cinco horas, le hablé sobre el Bhagavad-gita. Cuando aterrizamos, le di una copia del Gita, la Ciencia de la autorrealización y La perfección del yoga. Conmovido, el joven me dijo:
–He ido a tantos grupos de apoyo y he hablado con tantas personas… pero nadie quería ayudarme. ¿Por qué me estás ayudando?
–Yo recibí un gran tesoro. No es justo que me lo quede solo para mí.
Con lágrimas en los ojos, ambos nos despedimos con un abrazo. Él se fue sujetando los libros contra su pecho.
Su servidor,
Partha Sarathi Dasa
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