En 1971, uno de los devotos en Calcuta programó una cita para que Srila Prabhupada se reuniera con el Sr. L. N. Birla, el hijo mayor de G. D. Birla. Cuando los devotos informaron a Srila Prabhupada sobre la cita, me llamó a su habitación y dijo: “Han concertado una cita, pero quiero que vayas tú”. Le pregunté por qué. “Recientemente, en Bombay pedí ayuda a unos hombres importantes, pero se rehusaron. Si él también se rehusa, no será bueno para él, y no será bueno para mí”. Respondí: “¿Pero qué ocurre si se niega a dármela a mí?”. “¡Oh, tú sólo eres un chico joven! No importa”.

El Sr. Birla nos recibió cordialmente; le mostramos los libros de Srila Prabhupada, e inmediatamente preguntó: “¿Cuánto tengo que pagar por estos libros?”. Pensé: “No basta con que compre los libros; tiene que hacer algo más”. Por lo que respondí: “En realidad no vendemos estos libros; solamente se los damos a los miembros vitalicios”. “¿Qué debo hacer para ser un miembro vitalicio?”. Se lo expliqué y le di un formulario, llamó a su secretario, preparó el cheque y se inscribió como miembro vitalicio. Luego llegué al verdadero punto (Mayapur), pero él dijo: “Por ahora estamos construyendo hospitales”. Y ese fue el final de la reunión.

Cuando volvimos al templo, Srila Prabhupada quiso saber cómo había ido. Yo creía que había sido lo suficientemente inteligente para no permitir que el Sr. Birla sólo comprara los libros, pero cuando Srila Prabhupada escuchó lo que había ocurrido dijo: “No estuvo bien. Cuando él preguntó cuánto valen los libros, deberías haber respondido: ‘Son un obsequio para usted. Ahora estamos construyendo un templo en Mayapur. Tenga la amabilidad de ayudarnos’”.

Años más tarde en Bombay, tuve una cita con el Sr. G. D. Birla, el padre de L. N. Birla. Mi asistente Puridasa y yo tomamos el ascensor especial a la planta superior del edificio de las oficinas Birla. El piso estaba hecho de un espectacular mármol verde en espiral, y las paredes estaban cubiertas de espejos, así que todo parecía de mármol. No se podía distinguir entre el mármol y el vidrio, entre lo horizontal y vertical; era desconcertante.

Los secretarios del Sr. Birla nos estaban esperando. Unos minutos más tarde entró el Sr. Birla. Empezó admitiendo que durante muchos años había tenido algún prejuicio contra nosotros. “No sé por qué, simplemente tenía algún prejuicio, pero ahora ha desaparecido”. De pronto entró una llamada internacional importante y el Sr. Birla salió de la habitación.

Empecé a pensar: “¿Qué hago ahora? ¿Qué hago?”. Entonces recordé que tenía algunas colecciones del Srimad-Bhagavatam y el Sri Caitanya-caritamrta en la parte trasera del auto. Era el tercer día del mes de diciembre, y acabábamos de empezar nuestro maratón anual de distribución de libros. Durante dos días yo había salido a las calles a distribuir libros, y estaba disfrutando el néctar del sankirtana. Pero también había comenzado a considerar que había distribuido cien o doscientos libros pequeños a costa de mucho esfuerzo, y que si me reuniera con un hombre importante, con su donativo y mucho menos esfuerzo, podría distribuir muchos libros más. Finalmente concluí: “Es el maratón, así que a ver a algunos hombres importantes y llevaré varias colecciones”.

“¡Puridasa! ¡Rápido! Corre y trae las colecciones de libros. No te preocupes por cuántas cajas hay, te ayudarán los empleados de Birla”. Yo estaba esperando ansiosamente a Puridasa, temiendo que el Sr. Birla regresara primero. Finalmente Puridasa entró corriendo con cinco cajas grandes de libros, justo momentos antes de que entrara el Sr. Birla.

Tan pronto como el Sr. Birla tomó asiento, empecé a mostrarle los libros; y él los fue examinando y apreciando. Al cabo de unos momentos dijo: “¿Cuánto te debo por estos libros?”. Sus palabras súbitamente me recordaron el último encuentro que tuve con el otro Sr. Birla —y las instrucciones de Srila Prabhupada—. “¡Oh, no! Estos libros son un obsequio para usted. No podemos recibir nada por ellos”. El Sr. Birla se opuso: “Son unos libros tan hermosos; no puedo aceptarlos gratuitamente, debo pagarte”. “¡Oh, no! Son un obsequio para usted; no podemos tomar dinero por ellos”. Él insistía, y yo todavía era relativamente joven e inexperto, ¿cómo podía argumentar con el Sr. Birla? Pero aun así mantuve mi punto. “Consideramos que ya le hemos entregado estos libros como regalo. No podemos recibir pago por ellos bajo ninguna circunstancia”. Él cedió, pero aún no estaba satisfecho. Entonces añadí: “Pero estamos construyendo una escuela gurukula en Juhu. Si usted gusta puede ayudarnos”. Le expliqué el proyecto y le mostré los planos y el presupuesto, y dijo: “Está bien, déjalos conmigo y veremos qué podemos hacer”.

Dos días más tarde llamó el secretario del Sr. Birla: “El Sr. Birla desea reunirse con usted; quiere entregarle algo”. Nos complació regresar a su oficina para aceptar su bondadoso y generoso donativo.

Podemos ver lo perfectas y poderosas que son las instrucciones de Srila Prabhupada. Diez años después del incidente original, la misma instrucción funcionó de maravilla. Y también podemos ver que simplemente por distribuir los libros de Srila Prabhupada, todo lo demás llega, incluido el laksmi. Por lo tanto, debemos recordar fielmente las instrucciones de Srila Prabhupada y, tal como era su deseo, distribuir sus libros.

Giriraja Swami

Categorías: Historias

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