En el lugar donde yo solía distribuir libros, llegó una señora que venía de La Paz a visitar a sus familiares. Intenté hablarle acerca del yoga, pero ella me interrumpió de inmediato: «No quiero ‘yogaizarme’, no quiero hablar de yoga. He llegado cansada de La Paz, solo quiero pasarlo bien con mi familia y relajarme».

Me di cuenta que ella tenía un concepto equivocado del yoga, ya que consideraba que se trataba apenas de un ejercicio físico, y a su edad, le ocasionaba ansiedad solo de oír hablar de ello. Desconocía otros tipos de yoga, como el bhakti-yoga, que es más práctico. Una vez que aclaré sus dudas y le presenté los libros, la señora mostró cierto interés. «Voy a pensarlo», dijo, «y mañana te doy una respuesta».

Cada día me decía lo mismo, y a veces me decía que compraría uno de los libros antes de viajar. Pero al pasar dos semanas y culminar su estadía en Tarijo, regresó a La Paz sin comprar ningún libro, pensando que se había escapado de los libros de Srila Prabhupada, que no son diferentes de Krishna.

Yo me olvidé del incidente, pero Krishna nunca Se olvida de nada. Cuando Él ve que alguien muestra el más mínimo interés en la conciencia de Krishna, de inmediato hace arreglos que escapan a nuestra imaginación.

La señora regresó tres días después, y yo tuve la oportunidad de acercarme nuevamente a ella. Ella estaba vestida de negro, así que le di mis pésames. Le pregunté acerca de su fallecida madre, y le conté acerca de una experiencia familiar, aprovechando la oportunidad para predicarle: «Nosotros no poseemos el control sobre nuestra vida, sino que una inteligencia suprema controla todo a la perfección. Esa inteligencia es Dios, y a su debido tiempo experimentamos lo que nos ha sido asignado por Él. No podemos prolongar nuestra vida ni un día más ni un día menos». Ella comenzó a lamentarse desconsoladamente, y yo continué predicándole hasta que se calmó.

Después de calmarse, le aconsejé que se refugiara en Dios en todo momento, y luego le animé a que se llevara algunos libros. Ella se mostró agradecida y, sin pensarlo dos veces, me dijo: «Esta vez sí me los llevo». Ella se llevó el Bhagavad-gita y otros libros pequeños, y después me enteré que les había hablado a sus familiares sobre la importancia de estos libros. Algunos de ellos incluso se acercaron a mí para llevarse los libros de Srila Prabhupada.

Su servidor,

Mahajana Dasa
Tarija (Bolivia)

 

Categorías: Historias

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