Me encontraba en Papatoetoe (un suburbio tranquilo al sur de Auckland – Nueva Zelanda), conversando con un caballero hindú de las islas Fiji, que estuvo de acuerdo en comprar el Bhagavad-gita y fue hasta el cajero más cercano para retirar dinero. Mientras lo esperaba, un auto paró y un joven africano bajó y se me acercó corriendo, exclamando: “Necesito hablar con un monge, necesito hacer unas preguntas. ¿Puedo anotarme tu número de teléfono? ¿Podemos vernos algún día?”. Le di mi número y en ese momento el señor hindú regresó y pagó por su Bhagavad-gita.
Una semana después, recibí una llamada de Fylgessio (el joven africano). Nos encontramos en un lugar y lo invité a conocer el ashram y a almorzar. Él había estado buscando seriamente un camino espiritual durante los últimos diez años. Había conocido el islamismo y muchas ramas del cristianismo, la religión más prominente en el sur de Sudán, de donde él es. De todos modos, era un joven muy inteligente. Hablamos sobre algunos versos del Gita. Le enseñé cómo cantar. Él se sentía tan feliz por lo que estaba escuchando acerca del Gita que se llevó una copia y un japa mala.
Dos meses después, tras conocer a Su Santidad Devamrita Swami, Fylgessio comenzó a frecuentar el ashramacinco días por semana, y ahora está cantando cuatro rondas y leyendo el Bhagavad-gita diariamente.
Unos meses antes de esto, me encontraba en la Queen Street. Estaba teniendo un día muy difícil: hacía mucho calor y la modalidad de la pasión estaba más intensa de lo normal. Me estaba costando parar a las personas, ni que decir distribuir libros. Después de dos horas sin distribuir ningún libro, me di la vuelta y vi a un joven caminando lentamente en mi dirección. Intenté pararlo con la frase: “¡Hoy estamos parando a las personas que parecen inteligentes!”. Él sonrió y dijo: “¿En serio?”. Coloqué un Gita en su mano. Sorprendido, él dijo: “¡Uau, elBhagavad-gita! ¡Siempre quise leer este libro!”. Le presenté el libro brevemente y él se sorprendió aún más cuando le pedí apenas una donación. Dio su donación y se fue feliz.
Supe que este joven era de una remota ciudad pequeña al sur de Australia, y había ido a Auckland durante tres días por el funeral de su padrastro. Pero nosotros sabemos que había una razón más importante para su viaje.
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Su servidor,
Stambha bhava Dasa
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