Un día, mientras distribuía libros en un aparcamiento de Oslo, Noruega, me di cuenta de que un hombre se comportaba de una forma muy extraña. Conforme caminaba por el estacionamiento se inclinaba hasta casi perder el equilibrio. Se detuvo, dio unos pasos hacia adelante, otros hacia atrás, unos hacia un lado y luego siguió caminando.
Me acerqué a él y le enseñé los libros. Era un hombre alto y grande. Pude darme cuenta, por su modo de hablar, que a pesar de su tamaño era un hombre bondadoso y con discernimiento.
Se quedó con dos libros, pero tenía muy poco dinero. Me lo dio y me dijo:
―Eso es todo lo que tengo, sólo puedo darte esto. Pero iré al banco ahora y cuando vuelva te daré más.
―De acuerdo, está bien ―respondí―. Y le di los libros.
Volvió más tarde y esperó con paciencia mientras le vendía los libros a otra persona. Luego se acercó y colocó el dinero en mis manos. Le pregunté:
―¿Conoce algo de esto?
Él contestó que sí y que había leído libros esotéricos durante mucho tiempo. Catorce años antes le había caído un rayo encima. Había estado en coma y paralítico durante mucho tiempo. Estuvo más o menos doce años en una silla de ruedas y ahora pierde de vez en cuando la memoria y tiene problemas de equilibrio.
Desde el accidente solo le interesan los temas espirituales. Su familia y amigos le abandonaron. Aún conserva su antiguo trabajo conduciendo camiones, pero comentó que hacía su trabajo como algo rutinario para ganar dinero, y que el resto del tiempo lo dedica a estudiar sobre literatura y vida espiritual.
Le conté que los libros de Prabhupada eran la verdadera literatura espiritual. Le llevé hasta el coche, se quedó con todos los libros que tenía y me entregó todo el dinero que llevaba.
―Hoy fui al banco a retirar dinero. De alguna forma apareciste ofreciéndome estos libros maravillosos y te di todo mi dinero. Creo que todo esto es debido a la voluntad divina, algo dispuesto por Dios, porque de otra forma no nos habríamos encontrado aquí.
Estaba muy entusiasmado de recibir los libros de Srila Prabhupada.
Su servidor,
Navina Nirada Dasa
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