A Jaya Deva Hari, que ha sido, por muchos años, una inspiración para mí y para tantos.
En numerosas ocasiones, cuando tomamos estos brillantes libros y salimos en busca de almas que puedan recibir (aunque sea parcialmente) su mensaje libertador, somos testigos de pequeños milagros que nos hinchan el pecho con fe. Un milagro significa que, de alguna forma, la Divinidad ha intervenido en el orden natural de los eventos. Y muchas veces hemos participado en esta clase de eventos donde la persona de nuestra adoración, Krishna, nos dirige en la calle y en los otros posibles escenarios de batalla, y así llegamos a entender que estos lugares de sankirtana pueden convertirse en un genuino lugar de peregrinación, es decir, un lugar para relacionarse con Dios, como amigo y como maestro. El escenario del sankirtana se vuelve un verdadero precursor del yoga. En ocasiones, cuando ciertas almas recogen este mensaje espiritual, reímos, lloramos, cantamos y bailamos, llenos de una peculiar emoción, y rezamos desde la intimidad de nuestra alma: ¡Por favor, permíteme hacer siempre sankirtana!
Inspirado por muchos devotos casados que hacen tiempo para salir a distribuir libros, a pesar de sus numerosos deberes y poco tiempo disponible, últimamente aprovecho cualquier oportunidad para hacer un poco de sankirtana.
El otro día, me llevé unos libros y en cierta esquina encontré un lugar donde hacen tatuajes. Afuera había tres personas casi totalmente tatuadas. A cada una de ellas le di un libro en particular y les expliqué el contenido. Cuando terminé, los tres dijeron al unísono: «¿Quién te mandó? Le diste a cada quien justo lo que necesitaba y estábamos hablando de esto justamente antes de que llegaras». Inmediatamente después, abordé a unas personas que practicaban budismo y decidieron llevarse una colección. De pronto, vi asomar por la calle a uno de los jóvenes tatuados que, al verme, me saludó. Interpreté que tal vez querían otro libro y regresé. Pero me dijo: «Queríamos comprobar que eres real, porque apareciste de la nada y pensamos que tal vez te habías esfumado».
Para mi gran sorpresa, una o dos horas de sankirtana transforman la calidad del día. Mis sentidos se purifican, una sensación de paz retoza en mi corazón, mi deseo de cantar Hare Krishna se intensifica y reaviva mi conexión con el movimiento de sankirtana, donde tantos sadhus, gurus, el propio parampara y Krishna Chaitanya y sus asociados forman una familia espiritual. Por lo tanto, sankirtana destruye nuestro ancestral sentido de orfandad. Y hoy no me queda más que agradecer una y otra vez al sankirtana yoga (como lo llama Vraja Vasi Prabhu) por las innumerables y hasta desconocidas bendiciones que hemos recibido en las calles de Kali-yuga.
Queridos lectores: No es difícil llevar un poco de libros con ustedes y, sin presión ni obligación alguna, pueden encontrar un momento para danzar en el sankirtana de Sri Krishna para el beneficio de la sociedad y, por supuesto, para el nuestro propio.
Su servidor,
Nrisimha Kripa Dasa
Co-Director de BBT México
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