En una ocasión estaba vendiendo libros en una calle de Alemania y le mostré a un profesor Viaje hacia el autoconocimiento. Se mostró escéptico y sin ningún interés. Entonces, se nos acercó un hombre de unos sesenta y cinco años montado en bicicleta. Se detuvo y caminó hasta donde estábamos.
Preguntó: «¿Es el Bhagavad-gita? ¿Libros de Srila Prabhupada? Son muy interesantes».
El profesor le preguntó: «¿Conoce usted estos libros?»
«Desde luego que los conozco», respondió. «¿Quién no los conoce? ¿Cuál es el que tiene en la mano? Viaje hacia el autoconocimiento. Es un libro maravilloso. Lo explica todo sobre el yoga, karma, reencarnación, la ciencia de la autorrealización, todo está en ese libro. Debe leerlo. Dele un donativo, es un buen chico».
Y continuó: «¿Sabe usted lo mejor? Si lee esos libros comprenderá quien es: un alma espiritual sirviente de Dios. Entonces, cuando las dificultades vienen y parece que nada funcione —se pelea con la esposa, los hijos se rebelan, el trabajo es un infierno—, usted no tiene más que sentarse y, tranquilamente, rezar el mantra Hare Krisna meditando en él. ¿Sabe lo que ocurrirá? Todo se vuelve positivo, brillante. Se sentirá feliz y conmovido, y despegará hacia el universo. Tan feliz que se sentirá como si despegará en dirección al universo».
El profesor se quedó tan sorprendido de la convicción con que hablaba el señor que, alegremente, me dio un donativo por el libro. Le expliqué el contenido del libro y resultó que estaba interesado, solo que se sentía un poco escéptico.
Mientras hablaba con el profesor, el anciano montó en su bicicleta y se fue. Al poco rato regresó.
Yo le pregunté: «Usted conoce estos libros, ¿verdad?»
«Sí, desde luego», respondió. «Hace ocho años que los leo. Y cada vez que me digo que ha de ocurrir algo, bajo a la ciudad, busco a alguno de los tuyos y le compro algún libro nuevo. Y eso es lo que voy a hacer. Muéstrame los libros que traes».
Le enseñé los libros y compró dos. Le dije que teníamos templos y le pregunté si sabía algo del movimiento Hare Krisna.
«¿Templos?», me respondió. «¿Como las iglesias?»
No sabía nada de la existencia de nuestros templos. Pensaba que no éramos otra cosa que jóvenes idealistas vendiendo libros. No sabía que tras los libros existía todo un movimiento espiritual. Se quedó atónito al enterarse de que existía un movimiento cuyos miembros practicaban la filosofía de los libros.
«Sabes», me dijo, «nadie comprende en verdad lo que sucede en este mundo. Mira a toda esa gente, apresurándose de un lado para otro, buscando satisfacer sus sentidos y sentirse felices con sus logros materiales. No tienen ningún objetivo en la vida, como los animales. No conocen más que los placeres animales de comer, dormir y las relaciones sexuales. No tienen ni idea de lo que significa todo esto. ¿No te resulta difícil hablarles del conocimiento del Bhagavad-gita? ¿Eres en verdad consciente de lo que estás haciendo? ¿Sabes que estás llevando a cabo la labor más importante en beneficio de la sociedad humana?»
Yo deseaba escuchar más y le pregunté: «¿Es eso lo que cree? ¿Cree usted, de verdad, que lo que estamos haciendo aquí con estos libros es importante?»
«Sí, sí», afirmó. «Es muy importante: lo más importante que se puede hacer, más importante que el respirar. Hay que entregar esos libros a la gente, de modo que puedan comprender por qué viven y poner algo de sentido en sus vidas».
El hombre se fue contento con sus dos nuevos libros, dejándome atónito ante su convicción en el poder de los libros de Srila Prabhupada y el canto del mantra Hare Krisna.
Su servidor,
Navina Nirada Dasa
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