En los años 1970, conocí a un hombre llamado Héctor en el Vista Point, al otro lado de la bahía de San Francisco. Él estaba observando el Golden Gate Building, y estaba realizando un gran viaje en autobús. Le mostré un libro y le pedí una donación.
“¿Así que puedo darte lo que quiera y quedarme con el libro?”, me preguntó.
“Así es”, le respondí.
“Pero primero quiero que me dediques el libro. Mi nombre es Héctor”, dijo.
Entonces escribí en la primera página del Sexto canto, Primera parte: “Para Héctor, de parte de Mitra”. Héctor dio una donación y yo continué con la próxima persona.
A la mañana siguiente, Caru, el presidente del templo, me preguntó si había conocido a un tal Héctor el día anterior. “Creo que sí”, le respondí. “Ayer recibí una llamada muy interesante”, dijo Caru. “Un hombre estaba caminando por Chinatown y vio un libro en el alféizar de una ventana. Lo cogió y cuando lo abrió, vio que en la primera página estaba escrito: ‘Para Héctor, de parte de Mitra’. El hombre llamó inmediatamente al templo y preguntó: ‘Me llamo Héctor. ¿Quién es Mitra, y cómo sabía que iba a encontrar el libro?’. Está muy interesado y va a venir hoy al templo. ¿Quieres conocerlo?”.
Conocí a este otro Héctor muy brevemente, y supongo que eso hizo que su experiencia fuera todavía más mística. Desde su punto de vista, yo estaba saliendo por la puerta del templo para, mágicamente, entregar más libros a otras personas que no conocía. Yo no me mostré sorprendido ni intenté comprender las posibilidades que existían de que Héctor encontrara un libro con su nombre escrito en él. Sólo he vuelto a conocer un Héctor más desde aquel día en 1977.
Héctor se quedó un par de horas hablando con Caru y adquirió muchos otros libros. Me hubiera gustado mantener el contacto con él, pues habría sido interesante escuchar la historia desde su punto de vista. En aquel entonces creíamos en los milagros. Eran tan comunes que no nos emocionábamos ni les dábamos demasiada atención.
Supongo que el primer Héctor se cansó de cargar el libro y lo dejó delante de una tienda. Es curioso que no lo dejara en el autobús. Podría haber hecho muchas cosas con ese libro, pero Krishna tenía un plan para el segundo Héctor.
Mitrasena das
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