Casi mil devotos estaban caminando juntos aquella mañana, nuevos y antiguos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos.

Llegamos a un lugar llamado Naimisaranya, donde se dice que fue narrado por primera vez el Srimad-Bhagavatam. Nunca hasta la fecha habíamos visitado el lugar y estaba emocionado. Yo sabía que si se hacía algún sacrificio en este lugar, podría significar la reducción de la fuerza de Kali-yuga, la presente era de los enfrentamientos, y sus fuerzas demoníacas, especialmente en mi propio corazón. Necesitaba algo de misericordia, y esta era mi oportunidad.

El lugar carecía de árboles, era desierto, tierra corriente sin casas por los alrededores. Me habían dicho que en este lugar sólo había algunas pobres familias que luchaban por sobrevivir. A la luz del sol matutino parecía hermoso, con un cielo magnífico. Mientras los devotos se reunían y se narraba la importancia del lugar, comencé a sentir, por la misericordia de Srila Prabhupada, que ya era hora de que distribuyera al menos un libro en bengalí, aunque allí no había nadie. Sabía que los devotos iban a estar un rato cantando y luego continuarían su viaje, así que tenía poco tiempo.

Me fui en busca de la gente del lugar. Había uno o dos niños contemplando a los que cantaban, unas pocas ancianas del pueblo recogiendo hierba. No tenían dinero ni sabían leer. De todas maneras yo no hablaba más de dos o tres frases en bengalí. Tenía esperanzas y le oraba a Srila Prabhupada y al Señor Caitanya: «Por favor, permitan que esta vez encuentre a alguien».

Entonces, vi a un campesino que llevaba una tela blanca y una hoz en la mano. Me acerqué a él sonriendo, con el Back to Godhead en bengalí en la mano, «Bhagavat Darshan». «¡Ekatin!» (Por favor, ¡tome uno!). Pero él se resistía, con una cara en la que no había expresión alguna, sin hacer caso de todas mis sonrisas y gestos. Quizá le infundía sospechas aquel sadhu extranjero que osaba hablarle en su propio pueblo. Pero yo sabía que Krishna estaba en su corazón y me sentía desesperado pues no había nadie más. Así que le ofrecí mis respetos, postrándome a sus pies, y le pedí a Krishna que al menos cogiera la revista. Cuando me levanté y le ofrecí la revista parecía otro, y la cogió. Luego le pedí dos rupias: «¡Dui takka den!», le dije, mostrándole dos dedos mientras sonreía. Esperaba y rezaba para que tuviera algo escondido.

A estas alturas del intercambio, se había reunido un pequeño grupo de gente mirando. Era consciente de que se trataba de un momento significativo e importante. La cara del hombre se iluminó con una gran sonrisa de derrota y empezó a buscar las pocas monedas que tenía. Reunió las monedas y me las entregó. Después, con gran respeto, se inclinó ¡y me ofreció su respeto! Yo llevaba una guirnalda de flores, así que de un modo natural correspondí, entregándosela a él. Pude darme cuenta que se trataba de un devoto y me había, en cierta manera, probado.

Me sentí muy afortunado de poder realizar este sankirtana-yajña, el sacrificio de la distribución de los libros, en aquel lugar y momento tan especiales. Todo ello se debió a la misericordia de Srila Prabhupada y de los devotos, cuyos cánticos inundaban la atmósfera.

 

Maha Vishnu Swami

Categorías: Historias

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