Estábamos en Lituania y nos metimos en un solar en obras con idea de distribuir libros. En un barracón encontré a cinco obreros rusos que almorzaban.

«¡Hola, tengo algo para vosotros!», dije.

La experiencia me decía que mis posibilidades de éxito eran más bien escasas. Los obreros estaban como esperando a otra persona. Pese a todo, puse la colección de libros sobre la improvisada mesilla, con tan mala suerte que se desmontó con el peso y la comida de los obreros se desparramó por el suelo.

«¡Lárgate de aquí! ¡Fuera!», exclamaron.

Entonces entró el jefe con dos botellas de vodka (para ellos es inconcebible un almuerzo sin vodka); los obreros dieron vivas. El único triste era yo.

«¿Qué estás haciendo aquí? ¡Fuera!», me gritó el capataz, nada más verme en la habitación llena de humo.

Todos me miraban muy enojados.

Si pude calmarles, fue solo por la misericordia del Señor; aceptaron escuchar mi presentación por cinco minutos.  La verdad es que no lo hice nada bien. Por mucho que me esforzase, la expresión de sus ojos no cambiaba.

«¡Un momento!», dijo de pronto el capataz, señalando uno de los libros apilados en la mesa.

Despertando de su letargia, los obreros prestaron atención.

«¿Qué libro es éste?», preguntó el jefe.

La curiosidad aumentaba en los obreros.

Pasé uno a uno los libros hasta llegar al Bhagavad-gita tal como es.

«¡Pero si es el mismo libro!», dijo. «¡El que yo tengo en casa!».

Yo empezaba a confiarme. Solo que entonces meneó la cabeza:

«¡Qué libro tan difícil!», dijo. «Muy difícil».

Y mi confianza por los suelos.

«Es difícil de creer, muchachos», dijo a sus hombres «pero pasé cuatro meses tratando de leerlo sin lograr entender una palabra. Había pedido la excedencia, me fui de vacaciones varios meses y me llevé el libro conmigo. Para no perder completamente el tiempo, traté de estudiarlo a fondo. No os lo podéis imaginar. Cada palabra es como néctar. Tanto contenido, tanta experiencia. Quedaos cada uno una colección. Yo le llevaré una a mi familia».

«Pero nunca lograremos entenderlos», protestó un obrero.

«Eso no importa», dijo el jefe. «Vosotros tal vez seáis unos ignorantes, pero vuestros hijos leerán los libros y os lo agradecerán. Ellos sí los apreciarán».

Volviéndose hacia mí, dijo: «Muchas gracias. Estás haciendo una labor muy importante».

Su servidor,

Nityananda Rama Dasa
Lituania

Categorías: Historias

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