El escenario es la antigua ciudad colonial de Oaxaca, erigida en las montañas por los antiguos Zapotecas y conquistada por Hernán Cortes y sus huestes ibéricas. El clima era ventoso y fresco, y tras encontrarme con Adinath das y recibir un poco de asociación, me fui a recorrer negocios. El segundo negocio que visité en esa tarde fue una cantina (un bar). Me acerqué a la primera mesa, pero me contestaron que solo traían lo suficiente para su trago de mezcal. No había mucha gente, así que fui directo hacia el cantinero, quien estaba hablando con un señor. El cantinero se animó y se llevó un La vida proviene de la vida, y mientras me devolvía el resto de los libros llegó un tercer hombre a la barra. Éste pidió su trago de mezcal y me preguntó: “¿Me dejas ver tus libros?”. Inmediatamente le enseñé un paquete de libros medios y Ciencia de la autorrealización.

– ¿Tendrás el Bhagavad-gita? – inquirió el hombre.

– Pero por supuesto, señor – respondí extendiéndole el ejemplar.

Con su rostro frío y sin demostrar expresión, lo analizó hasta que volvió a preguntar:

– ¿Cuánto es?

– Ciento veinte, señor – respondí, veloz –. Es la edición de bolsillo y está a un precio muy accesible.

Me los pagó, y con aire sorprendido me dijo:

– No lo vas a creer. Llevo buscando este libro más de 3 meses. Incluso viajé a la ciudad de México y fui a buscarlo en todas las librerías, pero no lo hallé. Fui a la feria del libro aquí en Oaxaca y tampoco estaba. Esta misma tarde estaba buscando este Bhagavad-gita, el que me recomendaron, y fui como a cuatro librerías diferentes, y nada. Ya frustrado y pensando en desistir de mi búsqueda, me vine a tomar un trago y aquí en la cantina es donde te encuentro. Creo que no hay casualidades – decretó con una naciente fe realizada en los misterios de la vida y de Quien los dirige.

– Sí – respondí -, hay una causa inteligente detrás de todo, y ésta nos usa como instrumentos para sus designios.

Luego sacó un papel arrugado de su bolsillo donde estaba escrito “Bhagavad-gita tal como es. Bhaktivedanta Swami”. Me lo mostró y me dijo:

– Para que veas que es cierto.

Sonreí contento de ser utilizado en un pequeño pasatiempo del Señor Caitanya y Su movimiento de sankirtana. Le di al señor mi tarjeta y me fui contento en dirección al siguiente negocio.

 

Leonardo
Cuerámaro, México

Categorías: Historias

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