Estaba subiendo por la calle Bloor cuando me encontré con dos jóvenes. Pensé para mis adentros que nunca pararían, pero curiosamente se pararon y comencé a conversar con ellos sobre La Perfección del Yoga. Hasta aquel punto, yo todavía no había notado lo sinceros que eran. Uno de ellos quiso saber más acerca de losmantras.

Le pregunté como conocía los mantras, y me dijo que cuando estaba en la cárcel le empezó a “gustar su mente”, y que otros internados le hablaron sobre los mantras.

Nunca había conocido un presidiario, así que no sabía muy bien lo qué decir.

Le dije: “Por lo menos estabas en una prisión donde podías ver las rejas. En el mundo, todos estamos en una prisión con rejas invisibles llamadas deseo sexual”.

Lo que les dijo les pareció que tenía sentido y comenzaron a hablar. Me acordé de un libro de Candramauli Maharaj sobre la prédica en las cárceles, así que les comencé a contar un poco sobre esto.

Su amigo también estaba interesado. Dijo que se ex-novia le había enseñado algo sobre yoga y meditación, y que él solía entonar mantras.

Le dije que debería haberla dejado, y me respondió que no lo hizo, si no que quien lo había echo había sido ella.

Les enseñé a decir “Gauranga”. Ellos cantaron, y entonces me preguntaron como practicar y lo que deberían hacer. Les pasé el mantra Hare Krishna y les expliqué todo el significado. Allí mismo en la calle, repitieron elmaha-mantra, letra por letra. Ellos querían saber más, pero no había traído ningún Bhagavad-gita conmigo, así que les pedí que volvieran al cruce entre Bloor y Spadina en una hora.

Tenía poca esperanza de que volvieran, pero para mi gran sorpresa ellos estaban allí.

Les mostré el Bhagavad-gita, y los dos quedaron hipnotizados. Querían quedarse con él, pero no tenían dinero. De alguna forma mágica uno de ellos encontró un poco de dinero y se quedó con un Bhagavad-gita y al instante se lo regaló a su amigo, aunque estaba claro que él lo quería. Pidió a su amigo que se lo dejase leer en seguida. Mi corazón se derritió con la simplicidad de su amistad.

Uno de ellos vino para la clase del viernes y también se quedó con El libro de Krishna. Cantó en japa y se llevó una japa mala. Entonces me contó su versión de la historia, de cómo él y su amigo se sorprendieron cuando lo paré, porque según ellos, las personas generalmente huyen, considerándolos bandidos. Me explicó que su amigo se había peleado con su esposa y quiso irse de la casa, y entonces se encontraron. Generalmente él camina por el otro lado de la calle, pero por alguna razón su amigo le dijo: “Quiero caminar por la calle Bloor”, y de esa forma no encontramos.

Él también me contó que cuando escuchó el maha-mantra se acordó en la misma hora. Más tarde, mientras lavaba los platos, me explicó como su amigo pasó dos años en la prisión, y que ellos tenían apenas 23 años de edad. El e-mail que me mandó antes de ir al programa fue el siguiente:

“Hey Mangal Aroti, gracias por hablar con nosotros. Mi amigo metió la cara en el libro en cuanto llegó a su casa. Realmente le gustó el libro, y cuando lo termine yo también lo leeré. ¿A qué hora es el programa mañana? Creo que me dijiste a las 18:30h, pero no estoy seguro. Por favor, avísame”.

 

Su sirvienta,
Mangal Aroti devi dasi

Categorías: Historias

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